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Cuando Cesar Acuña llego a la costa, haciendo un nudo de sus intestinos cruzo la pista, y no le paso nada. Sin darse cuenta el chato, demostró que cuando nosotros los provincianos, si al primer día de llegar a las grandes ciudades, no tenemos la mala suerte de ser atropellados por un auto, simplemente nos espera un futuro prometedor.

Como buen provinciano este chato empezó su chamba de luchar para comer, y sin darse cuenta se convirtió en uno de los que evoca Nano Guerra, “un emprendedor”  y al igual que Chacalón, el rey de la papa o el rey de Gamarra, convirtió la discriminación en combustible para avanzar.

Mientras tanto, en colegios y universidades muy exclusivas y costosas, Lourdes Flores y Pedro Pablo  Kuzcynski se preparaban para gobernar este país de cholos, provincianos y ambulantes.

Estoy muy seguro que tanto Pablo como Lourdes, jamás imaginaron estirar la mano para pedir una manito de algún provinciano, de esos que bajan como hormigas de sus cerros, donde deberían quedarse a sembrar para comer.

Jamás imagine que un católico recalcitrante, comulgue junto a un pastor como Humberto Lay, habría que recordar que aquellos cucufatos algún día decía, “cuidado, los comunistas se comen a los niños”, entonces habría que cuidarse de Yehude ¡cuidado Cesar!.

Hoy, la impensable alianza de la alta alcurnia política con los provincianos y los rábanos reformados como Yehude, son una muestra más de como este país va retomando su identidad regional y han dejado de obedecer órdenes de las cúpulas de poder, de los partidos que gobernaban desde sus cómodos escritorios desde la capital del país.

Acuña, ya se ha convertido en un importante referente político en el norte del país, y su movimiento ha logrado imponer una importante presencia nacional, Lourdes Flores, sobrevive con un partido conservador pero agonizante y con su nombre que tiene vigencia innegable en medios periodísticos nacionales. Pedro Pablo Pablo Kuzcynski, esgrime su condición de ex ministro toledista y sus fuertes vínculos con el poder económico mundial.

Pedro Pablo y Lourdes, en su afán por sobrevivir, y con un quijotesco sueño, tuvieron que vencer sus reparos y quizás traicionando su exclusivo círculo social, tuvieron que pedir una manito a los provincianos que siempre disminuyeron. Y como para no sentirse menos, y justificar las heridas de su orgullo, seguro en sus cafés de atardecer mencionan, que con lo que respecta a los provincianos, es más barato por docena.